Comía chocolate porque se suponía que debía estar triste.
Y lo estaba, pero de una manera extraña.
Era la primera vez que experimentaba esa clase de tristeza.
La clase de tristeza que la hacía llorar acurrucada en la cama regodeándose de cada
lagrima.
La tristeza que la abrumaba de sorpresa, agazapada detrás de
una mirada, detrás de una caricia, detrás de un mimo o un guiño que no era para ella.
La tristeza que de niña juraba que jamás iba a sufrir.
Comía chocolate escuchando la misma canción una y otra vez.
Y una y otra vez.
Y otra vez.
Y otra vez.
Y otra vez.
Comía chocolate porque Taylor Swift ya había predicho en sus
letras que eso iba a ocurrir.
Comía chocolate por todas las veces que le habían dicho
"no te conviene" y no les creyó.
A lo largo de nuestra vida conocemos a muchas personas, miles y miles. A
las mañanas en el metro, apretujados en el vagón. En la cola de una cafetería o
comprando el pan. Miles de personas con las que cruzamos codazos y paraguazos
los días de lluvia, miradas de complicidad o incluso de desesperación
compartida cuando algo sale mal en medio de la calle. Y no sabemos porque de
entre todas esas personas de repente encontramos lo que llamamos amigos. Amigos con los que pasas de
compartir un instante de tu vida a tu vida diaria, esa tan complicada y
divertida a partes iguales.
Tienes amigos malos que dejan de serlo al de un tiempo, amigos muy
amigos, amigos a secas, amigos a los que llamas a las 3 de la mañana llorando,
amigos de verano, amigos con los que compartes gustos, amigos con los que no
compartes nada más que ese nosequequeseyo
que os hace inseparables.
Amigos. Ya sabéis a lo que me refiero.
Y de todas esas miles de personas que andan por ahí dejas que unos pocos
entren en tu mundo. Eres incapaz de imaginar la vida sin ellos, imaginas la
universidad, los viajes, los amores y desamores, una boda, otra boda y otra
boda porque toda la cuadrilla acabara cansándose. Y luego vienen los hijos
imaginarios e imaginas que esos amigos serán sus tíos.
Pero de repente, y tan improvistamente como entraron en tu vida salen de
ella. Piensas y piensas en que habrá ido mal, intentas enfadarte pero tampoco
encuentras el motivo, solo sabes que duele. Sigues pensando y te das cuenta de
que no ha sido una pelea concreta, ni nada en especial, simplemente es que ha
llegado un punto en el que ya no hay ni llamadas, ni mensajes ni sábados
compartiendo chocolate caliente.
Y ojala hubiese sido una pelea, ojala hubiese habido una discusión.
Ojala no hubiera sido simplemente el olvido. Y ojalá la gente no cambiara,
ojalá siguiésemos siendo niñas que van a aprender inglés para entender las
letras que cantan sus ídolos. Y ojalá te vaya muy bien ahora.
¿Nos
chocaremos un día de lluvia y podremos volver a compartir paraguas?