8:30. Viernes de mayo.
-Es un desayuno muy Kafka -dijo
mirando contenta todos los dulces del plato.
-Por
cómo nos miran los señores de al lado más parece una película de Woody Allen -y
si M miraba con entusiasmo la comida ellos no nos miraban muy diferente a
nosotras.
En una milésima de segundo
despotrique mentalmente contra el patriarcado y aquellos que niegan su
existencia, diciendo, con menos vergüenza de la que deberían, que el feminismo
no es necesario.
8:35 de la mañana.
Típico en mi.
M comenzó a devorar las galletas
con la alegría de una niña pequeña, mientras yo mordisqueaba lentamente mi pan
tumaca.
Típico en ella.
-Tu
comes como una señorita y yo como un monstruo -soltó de repente con la comisura
de los labios llena de miguitas. Sonreí y no podía más que evitar alegrarme por
compartir las primeras horas del día, mi cansancio, mi rutina y todo lo demás con
alguien como ella.
La observe mientras comía, razón
no le faltaba. Pero en esa aparente falta de delicadeza pude encontrar
escondida a la niña-mujer que con sensibilidad y pasión se enfrenta al mundo.
-Que
aproveche chicas -Señor mayor uno interrumpió mi hilo mental, M le miró a la
par que se metía otra galleta a la boca.
-Tened
un buen día -Señor mayor dos se atrevió incluso a guiñarnos un ojo.
-Te
lo ha guiñado a ti.
-¿Y
eso dices por...?
-Eran
abogados, seguro.
Y nos ponemos a hablar de derecho
-de lo mucho que me apasiona a mí, del miedo que le da a ella-, saltamos de
tema y debatimos sobre política, y no sé como acabamos hablando de las mujeres
comilonas que somos, y de los tíos de los que pasamos y de los que no pasamos,
hablamos en ruso, soltamos palabras en italiano, gesticulamos, nos reímos sin
pudor de todo, incluso de nosotras mismas, gimoteamos cansadas, queremos
saltarnos las clases de la mañana -pero no lo haremos-, volvemos a reírnos,
parafraseamos a Tolstoi, a Schopenhauer, recito a Benedetti, pongo voz del pato
Lucas y ella habla sobre la flotabilidad. Ambas adoramos el agua. Nos ponemos a
cantar, una niña se cae y me sale el instinto maternal -llevó así semanas, será
la primavera- y M me mira con la ternura con la que solo personas como ella son
capaces de mirar y dice que aunque sea una punk que viste como una pija sabré
desenvolverme y ser madre de muchoooos hijos a la vez que una gran profesional
sin siquiera despeinarme los rizos.
Aún no son las 9 y ya soy una
personita feliz que va dando tumbos hasta el metro, colgada del brazo de su
tarada amiga -ambas lo estamos- cantando a dúo Wonderwall. Somos tan excéntricas
que es indescriptible, dice que parecemos una película, sin guión, apunto yo.
Nada que envidiar señor Allen,
nada que envidiar.
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Último sábado de mayo. El tiempo
vuela y yo sigo fallando en lo único que se nos presupone que deberíamos hacer
sin fallar: dormir.
Estoy picada conmigo misma y es que no he conseguido plasmar a mi genial
amiga y los desayunos tan extraños e interesantes que vivimos.
Supongo que debería presentárosla
y punto.