Hace mucho que no me paso por aquí, una pena que segundo de
bachiller absorba la mayoría de mi tiempo. Y es que segundo es un curso que no
le deseo ni a mi peor enemigo.
Ya estamos a menos de un mes para acabar, hace años pensé que
cuando llegar el momento de nuestra “senior
prom” seria la chica más feliz del mundo. Pensaba que estaría encantada de
dejar atrás los pasillos que habré cruzado más de un millón de veces en la última
década, encantada de despedirme de profesores odiosos y duros, carentes de corazón
aparente, juraba y volvía a jurar que estaría encantada de decir adiós a mis
compañeros lista para empezar la vida universitaria.
Pero ahora, cruzando esos dichosos pasillos me doy cuenta de
que el fondo voy a echar de menos la rutina diaria del apelotonamiento en las
taquillas, los gritos de los estresados alumnos de primer curso y los comentarios
nerviosos antes de bajar a la sala de exámenes.
<<El tema 5 fijo
que no entra. Imposible>>
<<Vaya mierda tía, ¿Cómo ha podido
meter el tema 5?>>
Me doy cuenta de que decir adiós a los peores profesores de
los que nunca has aprendido nada supone decir adiós a los que te han enseñado
mucho más que su asignatura. Decir adiós a tus compañeros mas irritantes con
los que jamás encajaras implica decir adiós al resto: con los que jugué al
futbol años atrás, los que nos sentamos cerca en los exámenes por si nos
bloqueamos, los que con toda confianza cogen la comida de mi plato porque
llevo años sin comerme el primer y asqueroso plato, los que siempre me
esperan en las taquillas, los que me han hecho aprender que los chicos son unos bestias que de vez en cuando
son sensibles y a los que he enseñado que por muy mal que te caiga una chica, nunca debes llamarla gorda.
Todo es tan vertiginoso y rápido que la despedida va a
costar, pero al fin y al cabo salir de tu zona de confort es lo que hace de la
vida una experiencia más entretenida. Y decir adiós también es decir hola.
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